El año pasado (2012) tuve la oportunidad
de viajar a Centro América, donde teníamos como agenda pasar unos días en
Guatemala, y durante el viaje mi pensamiento era aprovechar cada lugar y cada
minuto en ese país, porque no tenía, ni tengo fecha posibles de volver allí,
así que me proponía aprovechar al máximo mi estadía.
Recuerdo que los lugareños nos
decían: ¿Hay algún lugar que quieran visitar? Pero nuestras respuestas eran
tímidas, no queriendo cargar su tiempo o bolsillo en caso de costo y distancia.
Aunque siempre quise visitar “Antigua” La ciudad colonial de aquella cuna maya,
reconocida por su arquitectura renacentista española y fachadas barrocas, pero
no fue posible.
A mi regreso a dominicana, lo
primero que me preguntaban era: ¿Y fuiste a Antigua?
Así que mi alegría de lo mucho que
aprendí, disfruté y compartí en
Guatemala, se evaporaba al escuchar la frase: “El que no ha ido a Antigua, no
ha ido a Guatemala” sentí que había desperdiciado algo y que por el momento no
podía remediar.
Pero al pensar en la vida, me doy por
enterado que si no aprovecho bien el tiempo (Efesios 5:16) no solo no podré remediar por el momento sino que
desperdiciar mi vida tiene un final irremediable (Hebreos 9:27)
Así que ya no me aflige si escucho
alguien decir: “El que no tiene a Cristo, no tiene vida” porque tengo vida y
tengo a Cristo (1 Juan 5:12), ya que
no escatimé esfuerzo cuando me preguntaron si en este mundo quería conocer
algo, yo sin demora dije y sigo diciendo: “Quiero conocer a Cristo” y no
desperdiciar mi tiempo en esta tierra.
Reflexión:
Vivir en Cristo da la oportunidad
de disfrutar el verdadero significado de la vida aquí en la tierra, y mucho más
en la vida venidera, pero necesita de nosotros audacia y valor, a la hora de
tomar las decisiones y dar los pasos correctos, no segándonos con las cosas de
nuestro alrededor, y teniendo el deseo e interés de conocer las cosas ocultas
que se conocen a través de Cristo (Jeremías
33.3), acumulando así en el cielo y no en la tierra (Mateo 6:19), a razón de que al final de todo, nadie diga en este
mundo, refiriéndose a su vida: “La He Desperdiciado” (Filipenses 3:8)